lunes, 6 de julio de 2009

I

El ya lo sabía.
Lo sabía todo.
Ella llegaría en aproximadamente 3 minutos.
Acababa de descender de aquel viejo colectivo.
Un minuto en el típico y agotador saludo a Doña Elisa, quien no abandonaba su puesto de diario semanal del barrio.
Dos minutos en caminar aquellas 3 cuadras.
Si, si. Imaginaba sus piecitos moviéndose, a toda velocidad, como de costumbre (El tiempo es oro, solía repetir) Imaginaba la extraña posición de sus labios, fruncidos, enmarañados.
Imaginaba su pelo, agitado por el castigoso viento, y sus manos corriendo apuradamente en función de no dejar escapar una sola imperfección. Imaginaba sus ojitos, esos que tanto amaba, que tanto añoraba, escupiendo gritos de emoción; emoción por la vida, emoción por la vida, emoción por la vida.
3 segundos restaban. Si, sus pies dibujaron su absorbente sombra, y sus dulces manos tocaron el frío y marchito picaporte.
El ya era felíz solo con verla. Con volver a ver por fin ese brillo incomparable que ninguna otra mujer en el mundo podía lucir.
Y ahora sí, también lo sabía. Caminaría directo a la cocina, y mientras el agua de su futuro té de Frutos del Bosque llegaba a su punto de ebullición, aprovecharía para detenerse una a una, en cada fotografía que colgaba a un lado de la ventana. Y solo con ver la sonrisa que se dibujaba en su rostro, él ya era feliz.
La pava ya silbaba su hervor, y ella, como quien se sorprende, preparó su acostumbrado té.
Y lo sabía, si, si, solo él lo sabía.
Vio sus dulces pies deslizarse a la sala, aquella única sala, donde solo él podía percibir la armonía de sus dedos posados sobre ese viejo piano, socavando esas melodías tan armoniosas. Su corazón latía a velocidades incomparables al escucharla.
Pero no. No. Algo estaba sucediendo.
Sus perfectas piernas no se dirigían a la sala, sino a la puerta de entrada. Algo sucedía. ¿Romper su rutina? Jamás, y quién mejor que él para saberlo.
La puerta se entreabrió; No concebía aquello que sus ojos percibían.
Aquel robusto hombre rodeaba con sus mayúsculas manos la diminuta cintura de la mujer de SU vida.
Y ahora la besaba. Su corazón comenzó un lento proceso de ruptura y disipación. Acompañado con un fuerte puñal en el pecho, y miles (y miles) de cadáveres de mariposas alborotadas en su estómago.
Ella lo había traicionado. Ese corazón simple, noble, puro, simplemente hermoso, ya no le pertenecía; Le pertenecía a ese cruel corpulento hombre.
- ¿Cómo se atreve a hacer esto en mi presencia? – Exclamó
Y tristemente recordó que quien traspasa muebles y paredes, quien por sus viejas venas ya no corre ni una líquida gota de sangre; quien vigila, observa, y espera, ya no es parte de este mundo, sino de otro.
Del de los muertos.

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